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Guía para Nuevos Creyentes

10 Primeros Pasos en la Fe

Descubre el camino hacia un profundo crecimiento espiritual con estos fundamentales pasos iniciales. Esta guía está diseñada para ayudarte a entender y aplicar los principios básicos de la fe cristiana, fortaleciendo tu relación con Dios desde el principio.

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1. Declara Tu Fe en Cristo

La vida está llena de momentos que compartimos con el mundo: graduaciones, bodas, logros profesionales. Pero hay un momento aún más trascendental: el instante en que aceptas a Jesucristo como tu Salvador, pasando de la muerte a la vida eterna. No hay razón para ocultar este cambio fundamental; es la decisión más significativa que jamás tomarás.

Este cambio trascendental trasciende los sentimientos momentáneos o las emociones efímeras. No importa si no te sientes diferente de inmediato. Al declarar tu fe, Jesús te sostiene firmemente, garantizando tu salvación y llenándote de vida eterna. Ahora, con un corazón renovado por el deseo de justicia y una sed por lo espiritual que antes evitabas, comienzas un emocionante viaje de crecimiento hacia la plenitud en Cristo.

Recuerda:

«Si declaras con tu boca, ‘Jesús es Señor’, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de los muertos, serás salvo. Porque es con el corazón que crees y eres justificado, y es con la boca que profesas tu fe y eres salvo.» – Santiago 2:19

2. Celebrando tu Bautismo

El bautismo representa tu firme compromiso con Dios, un acto simbólico de purificación y renovación. Al sumergirte, dejas atrás viejos patrones y renaces a una vida guiada por el amor y la verdad de Cristo. Este acto público ante amigos y familiares marca tu paso decisivo como seguidor de Jesús. Él nos instruyó claramente a compartir este nuevo comienzo con otros, siguiendo su mandato de amor y obediencia.

Él nos enseñó: «Si me aman, guardarán mis mandamientos» (Juan 14:15). El bautismo no es solo un símbolo, sino una obediencia directa a sus palabras, abriendo tu corazón a la transformación profunda que el Espíritu Santo realiza en ti.

«Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28:19), nos recordó Jesús.

Recuerda:

«Porque todos los que han sido bautizados en Cristo, de Cristo se han revestido» (Gálatas 3:27).

3. El Espíritu Santo: Nuestro Guía

 

Jesús prometió el Espíritu Santo como nuestro «Ayudante», enviado para sostenernos y aconsejarnos. Este miembro divino de la Trinidad nos permite vivir de manera que refleje a Jesucristo, una tarea imposible de alcanzar por nuestros propios medios. Ser «Bautizado en el Espíritu» significa abrir nuestras vidas por completo al liderazgo del Espíritu Santo, lo que cambia radicalmente nuestra manera de adorar y glorificar a Dios.

Para el creyente, el Espíritu Santo es indispensable, como el oxígeno que respiramos. Su obra en nosotros profundiza nuestra relación con Dios y produce frutos como el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el autocontrol, que son el resultado de su influencia (Efesios 5:22-23, adaptación para incluir el libro correcto). Además, nos brinda dones extraordinarios (Romanos 12:6-8) que nos habilitan para ser eficaces en nuestro testimonio y servicio. Al recibir al Espíritu Santo, cada creyente se capacita para servir como un fiel embajador de la iglesia de Cristo, no importa donde estemos.

Recuerda:

«Mas recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos…» (Hechos 1:8). Este versículo nos alienta a acoger al Espíritu Santo, quien nos empodera para vivir vidas llenas de propósito y alineadas con la misión de Dios.

4. Superando el Pecado

El pecado puede crear una barrera entre tú y Dios. Antes de atribuir nuestras faltas al enemigo, es crucial examinar nuestros propios deseos, que a menudo son la verdadera fuente de nuestras transgresiones. La tentación es una experiencia universal, incluso Jesús fue tentado, demostrando que enfrentar la tentación no es pecaminoso en sí mismo.

Nuestra tendencia al pecado proviene de nuestra naturaleza caída, heredada desde el tiempo de Adán. Sin embargo, en Cristo, encontramos la victoria sobre esta inclinación. La oración fortalece nuestro espíritu y nos recuerda que nuestra vieja naturaleza fue enterrada con Cristo en el bautismo. Si pecamos, el camino a seguir es el arrepentimiento y la confesión sincera a Dios, lo que nos permite mantener una «respiración» espiritual saludable.

Recuerda:

«Por lo tanto, pónganse toda la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.» (Efesios 6:13).

5. Únete a Nuestra Comunidad

No esperes encontrar una iglesia sin imperfecciones. Los redimidos por Cristo son humanos, imperfectos como tú, reflejando que solo Dios posee la perfección.

¿Es posible amar a alguien sin aceptar integralmente su vida? Así como no se puede amar a Jesús sin amar a su iglesia, pues ambos están inseparablemente unidos.

Somos parte de su cuerpo, llamados a ser uno con Él y entre nosotros, tal como se describe en la unión matrimonial, simbolizando la profunda conexión entre Cristo y la iglesia.

Nosotros, como creyentes, somos el templo del Espíritu Santo, más allá de las estructuras físicas. En la comunión, nuestra fe se enciende y fortalece, alimentada por la cercanía y el calor de nuestros hermanos en fe.

Nos reunimos para elevar alabanzas a Dios, cumpliendo su deseo:

«Hablen entre ustedes con salmos, himnos y cánticos espirituales; canten y alaben al Señor con el corazón» (Efesios 5:19).

Para ofrendar, sabiendo que Dios enriquece a quien da generosamente:

«El que siembra generosamente, generosamente también cosechará» (2 Corintios 9:6).

La iglesia es esencial para compartir la vida con otros creyentes y recibir Su Palabra, fundamentos para demostrar el amor de Cristo al mundo.

Al buscar una iglesia, considera que:

Cristo sea el núcleo de toda enseñanza y práctica.
La Biblia sea la autoridad suprema y guía de vida.
Sientas libertad para adorar en espíritu y verdad.
En tal iglesia, encontrarás crecimiento y plenitud.

Recuerda:

«Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros; y tanto más, cuanto veis que el día se acerca» (Hebreos 10:24-25).

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6. Principios Fundamentales

«El sabio escucha y aumenta su saber, y el entendido adquiere habilidad,» (Proverbios 1:5) describe la importancia de construir nuestra vida espiritual sobre una base sólida, como quien edifica sobre roca firme.

Arrepentimiento Genuino
El verdadero arrepentimiento implica un cambio radical, un giro desde el pecado hacia Dios. No son nuestras acciones las que nos redimen ante Dios, sino su gracia inmensurable.

«Por gracia son salvos, por medio de la fe… no por obras, para que nadie se gloríe.» (Efesios 2:8-9) Este versículo recalca que nuestra salvación es un regalo, no algo que ganamos.

Confianza en Dios
La fe trasciende la mera creencia, es confiar plenamente en Dios más allá de nuestra comprensión.

«Pero el justo vivirá por fe.» (Habacuc 2:4) Este pasaje nos invita a vivir una vida guiada por la fe, confiando en Dios completamente.

Significado del Bautismo
El bautismo es un testimonio externo de una realidad interna, marcando nuestra identificación con Cristo en su muerte, sepultura y resurrección.

«Pues por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo.» (1 Corintios 12:13) Este texto nos recuerda que el bautismo nos une como parte del cuerpo de Cristo, sin distinción.

Imposición de Manos
Este acto simboliza la transmisión de bendición, autoridad y dones espirituales.

«Así que no desprecien la disciplina divina, ni se desanimen cuando él los corrige.» (Hebreos 12:5) Aunque no menciona directamente la imposición de manos, este versículo habla de cómo Dios obra en nosotros para nuestro crecimiento y preparación.

Resurrección y Vida Eterna
Jesucristo es la fuente de nuestra esperanza de resurrección y vida eterna.

«Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo.» (1 Juan 5:11) A través de Cristo, se nos promete la vida eterna.

Juicio Final
Todos rendiremos cuentas de nuestra vida ante Dios.

«Porque todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo.» (Romanos 14:10) Este versículo nos recuerda la responsabilidad de vivir una vida que refleje nuestra fe en Cristo.

Recuerda:

«Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en mí.» (Juan 15:4)

7. Escucha la Palabra

Dejemos que la Biblia moldee nuestras vidas, no al revés. Esta Carta de Amor Divina, respirada por Dios, nos guía, nos advierte y nos transforma.

«Porque la palabra de Dios es viva, eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu.» (Hebreos 4:12, adaptación para encajar en el contexto de instrucción y corrección).

Compuesta por sesenta y seis libros y escrita a lo largo de 1.600 años por cuarenta autores bajo la inspiración del Espíritu Santo, la Biblia se divide en Antiguo y Nuevo Testamento, narrando desde la creación hasta la redención y la promesa de un futuro eterno bajo el reinado de Cristo.

El Antiguo Testamento nos prepara para la venida del Redentor, desde los libros de la Ley hasta los proféticos, mientras que el Nuevo Testamento revela el amor supremo de Dios a través del sacrificio de Jesús, ofreciendo también enseñanzas fundamentales para la vida en los evangelios, cartas apostólicas y Apocalipsis.

Comienza tu exploración bíblica con el evangelio de Juan, complementando con Salmos y Proverbios, antes de adentrarte en las profundidades de Romanos. Dedica tiempo diario a esta práctica.

«Este libro de la ley no se apartará de tu boca, sino que meditarás en él día y noche, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.» (Josué 1:8, una invitación a la reflexión constante y a la obediencia).

Ora para que Dios ilumine tu mente y ablande tu corazón ante su verdad.

«La hierba se seca, la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre.» (Isaías 40:8, recordatorio de la eternidad y la inmutabilidad de la palabra de Dios frente a la transitoriedad del mundo).

Todo a nuestro alrededor puede cambiar, pero la Palabra de Dios es eterna y constante.

Recuerda:

«Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi camino.» (Salmo 119:105)

8. Audiencia Divina

Si un líder mundial nos invitase a una reunión, sin duda acudiríamos sin falta, valorando la importancia de tal llamado. De manera similar, pero en un plano infinitamente más elevado, el Creador del Universo, el Rey sobre todos los reyes, nos extiende una invitación para dialogar con Él. Gracias al sacrificio de Jesús, tenemos el inmenso honor de acercarnos a su presencia.

Nuestras vidas y el curso de la historia pueden transformarse mediante la oración. Comienza hoy mismo estableciendo un momento diario para esta sagrada conversación.

Habla con sinceridad y claridad, sin necesidad de adornos o repeticiones, directamente desde el corazón.

«Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.» (Mateo 11:28), Jesús nos invita a acercarnos con confianza.

La oración conjunta con otros creyentes tiene un poder especial.

«De dos o tres que se reúnan en mi nombre, ahí estoy yo con ellos.» (Mateo 18:20), Jesucristo nos asegura su presencia en la oración comunitaria.

Sé persistente y audaz en tus oraciones; Dios siempre escucha y responde.

«Nuestro auxilio está en el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.» (Salmo 124:8), un recordatorio de que nuestra fe nos conecta con el poder divino.

Cuando los discípulos pidieron a Jesús enseñanzas sobre la oración, Él les ofreció el Padre Nuestro como modelo supremo.

La victoria sobre la adversidad y el mal se consigue a través de la oración.

«Revístanse de toda la armadura de Dios, para que puedan estar firmes contra las artimañas del diablo.» (Efesios 6:11)

9. Comparte a Cristo

Difundir el Evangelio de Jesucristo es tanto un honor como una obligación divina.

«Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.» (Mateo 28:19) Este mandato nos recuerda nuestra responsabilidad de compartir la salvación con el mundo.

Tu vida misma transmite un mensaje poderoso a quienes te rodean.

«Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos.» (Mateo 5:16) Nuestro testimonio personal puede iluminar el camino hacia Cristo para otros.

Si realmente has sido transformado por el amor de Dios, eres un representante de Jesucristo, independientemente de tu vocación. Imagina poseer la cura para la enfermedad más letal de la humanidad: el pecado. ¿No te sentirías compelido a compartirla?

Hablar de Jesús naturalmente refleja tu convicción en Su obra redentora: «¿Puedo compartir contigo lo mejor que me ha pasado?» o «¿Has visto lo que Dios hace en nuestras vidas?» No hay pausa en esta misión.

Tu oración y apoyo financiero son esenciales para la expansión del Evangelio. Existen incontables almas aún por alcanzar con el mensaje de salvación.

«Rogad, pues, al Señor de la cosecha, que envíe obreros a su cosecha.» (Lucas 10:2) Jesús enfatizó la urgencia de llevar el Evangelio a cada rincón de la tierra.

Recuerda:

«Y les dijo: ‘Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura.'» (Marcos 16:15)

10. Aférrate a las Promesas Divinas

Es crucial que descubras y hagas tuyas las «invalorables» y «sublimes» promesas de Dios, pues Él, como tu Proveedor, es infalible.

«Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestra ayuda siempre presente en momentos de angustia.» (Salmo 46:1). Este versículo nos asegura que, a través del conocimiento de Dios y Jesucristo, recibimos todo lo necesario para vivir según sus deseos, liberándonos de la corrupción del mundo y compartiendo su naturaleza divina.

Jesús nos aseguró su eterna presencia y apoyo.

«Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.» (Mateo 28:20). Nos recuerda que no debemos aferrarnos a las posesiones terrenales, pues Él ha prometido estar siempre a nuestro lado.

Dios convierte todas las situaciones, incluso las adversas, en bendiciones, pues su designio es perfecto.

«Porque sé los planes que tengo para ustedes —declara el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, para darles un futuro y una esperanza.» (Jeremías 29:11). Esta promesa subraya que Él perfeccionará su obra en nosotros hasta el regreso de Cristo.

El Señor es la fuente inagotable de nuestro sustento.

«Buscar primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.» (Mateo 6:33). Asegura que Dios proveerá todas nuestras necesidades según sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.

Además, Jesucristo nos ha dotado con su Espíritu Santo, otorgándonos autoridad para superar cualquier obstáculo.

«Pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes; y serán mis testigos…» (Hechos 1:8). Aunque tenemos autoridad sobre el enemigo, nuestra verdadera alegría radica en nuestra ciudadanía celestial.

Por lo tanto, es esencial que nos dediquemos al crecimiento espiritual.

«Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en mí.» (Juan 15:4). Nos invita a crecer en gracia y conocimiento de nuestro Señor.

Recuerda:

«Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.» (Romanos 5:1)

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